Hay, en cualquier medio de comunicación, un tipo fascinante de persona. Con frecuencia son licenciados en Periodismo, aunque esto no sea un requisito indispensable: pueden tener otra formación o, de hecho, pueden no tener ninguna preparación en absoluto. Son personas de reconocido prestigio, de una intelectualidad sublime y con increíble habilidad y destreza pueden citar, sin ponerse colorados, a Derrida o Foucault junto con El señor de los anillos o Star Wars. Esto es totalmente legítimo, pero en ocasiones deviene kitsch y cualquier texto o intervención se convierte en un pastiche insufrible aderezado con muy buenas intenciones y una cuantiosa dosis de superioridad moral autoinflingida, autoflagelada.
Su púlpito está en todas partes y tan pronto aparecen en prensa escrita como protagonizan vídeos en diarios de reconocido prestigio, figuran en todas las cadenas de televisión o hacen un recorrido por programas matutinos, vespertinos y nocturnos. Con la misma gracia y elegancia, cotorrean sobre un volcán, una pandemia, las cifras del paro o la política internacional de los hunos y los otros. El tiempo para ellos tiene otra duración, pues pese a escribir y aparecer públicamente constantemente, son capaces de formarse una opinión bien fundamentada sobre cualquier tema, hasta el punto de poder discutir con cualquier experto. Su don, por encima de cualquier otro, es el de la ubicuidad, aunque también poseen la capacidad de la omnipotencia, la aquiescencia y la equidistancia. Todos los malos son iguales, aunque unos son más iguales que otros y otros son peores. Los buenos somos “nosotros” y su “nosotros” es siempre excluyente. Tienen medias verdades aprendidas que se tornan verdades absolutas, incuestionables. Son, en definitiva, nuevos dioses, puesto que están en todas partes, todo lo saben, todo lo pueden y, por supuesto, dimiten de algo tan humano como la subjetividad para alzarse como paradigma y ejemplo de una objetividad bien entendida, que les permite adelantarse a todos los acontecimientos y verlos venir e indicar a todos lo que tan bien habrían de hacer, que no es otra cosa que seguir sus consejos y recomendaciones, y esto es lo que los dioses piden a sus adeptos: fidelidad y obediencia. A toro pasado, dicho sea de paso.
Son, además, caprichosos. Y no admiten en otros aquellas virtudes que tan evidentemente poseen. Como todos los heresiarcas, su verdad es la única posible y no admiten ninguna vía al conocimiento que no sea la propia. Se mueven en un marco de autorreferencias que excluye el pensamiento ajeno, el desacuerdo y el intrusismo laboral que con tanta fortuna practican, puesto que ellos son periodistas y médicos, profesores, políticos, intelectuales, cineastas, artistas, poetas, economistas, banqueros, sindicalistas, científicos, seleccionadores, deportistas, astronautas, policías, delincuentes, el niño en el bautizo, la novia en la boda y el muerto en el entierro. Su verdad es, inopinadamente, la verdad, con mayúsculas. Y sus análisis, los análisis. Difundan la palabra, dicen. Palcos y flores, señalan. ¡Drakaris! ¡Corred, insensatos!
Como en los cómics de Uderzo, hay una pequeña aldea que resiste. La pócima mágica no es otra que el pensamiento crítico y la capacidad de rechazar un marco predeterminado o un argumentario nauseabundo. Se trata de poner el foco en otras cosas, de negarse a repetir los mismos mantras que resuenan hasta en los latidos fetales y centrarse en lo importante: quién es atacado, cómo y por qué. Qué es ignorado. Qué desaparece de la prensa o aparece como el Guadiana, por sorpresa e intempestivamente, según estén las cosas. Qué figuras son respetables y a quién le buscan agujeros en los calcetines. En definitiva, hay que estar dispuesto a alzar la voz y dejar que truene, y decirles, como León Felipe:
si para quejaros,
acercáis la bocina a vuestros labios,
parecerá vuestro llanto
como el de las plañideras,
mercenario.
TE NECESITAMOS PARA SEGUIR CONTANDO LO QUE OTROS NO CUENTAN
Si piensas que hace falta un diario como este, ayúdanos a seguir.
